Rumor, risas de mujeres, una quena desafinada, embriagada,
muebles que se mueven y arrastran sus partes metálicas o de madera contra el
piso. El viento, silbando cerrado, tímido, aprisionando el aire, previniendo a
la lluvia que en millones de rocas golpeadoras de calaminas se acerca desde el
punto más lejano. De pronto, un papel que se arruga y cae en un bote de basura,
alguien clava en la pared de al lado, gritos?, gemidos?, susurros que traspasan
puertas rechinantes, también rechinan zapatos deportivos en el parket. Todos los
sonidos se mueren rápidamente, parece que esperaran eternidades para ser
escuchados y en un segundo o menos se mueren en esa soledad y esparcen su nada
al viento.
Lo único que no cesa es el sonido de esa quena que parece el
viento mismo y ese rumor que por momentos crece hasta hacerse insoportable y
luego se hace tan pequeño que se vuelve insoportable. Pero la quena sigue, no
es música, no hay melodía, solo son sonidos desordenados, caprichosos, difusos
y confusos a la vez. Y esta lluvia que no llega, tal vez si estaría aquí, nos ensordecería
y ahogará cualquier otro sonido, hasta el de esa quena que paradójicamente
sería el primer sonido en ser extrañado.
Unas campanitas suenan a lo lejos y el motor de algún camión.
Un momento, esos son pasos, sí, pasos. Se acercan, parecen zapatos de mujer con
tacones, son delicados, coquetos, livianos…pero esa quena sigue y sigue, ya
empieza a molestar, se está haciendo insoportable. Los pasos se detienen en la
puerta, ahora solo se escucha la quena, parece que los oídos van a reventar. Y en
ese paroxismo, simplemente se ve la perilla que gira lentamente y la puerta se
abre…sí, era una mujer, lleva un vestido rojo, escotado. Porqué se tapa los oídos?
Y tiene ese gesto? Abrumado por el increíble ruido, cierro los ojos, suelto los
brazos y dejo de soplar…
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