miércoles, septiembre 02, 2009

ALTO PAZ pues!

Yo vivo en Alto Paz, es mi ciudad y la quiero mucho. Pero es bien rara y no es como otras ciudades, a veces parece un pueblo y a veces parece una ciudad. Otras cosas también son extrañas, por ejemplo, no tiene una plaza central con su iglesia como tienen todas las ciudades “colonizadas” de Bolivia y casi todos los pueblos. En lugar de eso tiene muchas otras cosas:
Tiene una alcaldía quemada con su escuela de artes, tiene cafes internets que no sirven café, tiene rutuchas con dólares y padrinos, tiene cumbia villera con sabor a huayño y olor a chola.
Aunque no lo crean, en mi ciudad hay canchas con césped sintético, farmacias que son verdaderas “drugstores”, wajtas y llamadas de ánimo con campanita, cafes karaokes que si sirven café. Hay edificios de cinco pisos, hechos de ladrillo, con garajes altos (para que entren los micros de sus dueños) y terrazas techadas...por el frio alteño.
Los jueves y domingos, se instala el mercado de pulgas más grande del mundo…la feria de la dieciséis pues. Pero también existen otras ferias, en las que se venden las verduras más baratas y recién llegaditas de los valles, ah si, y también la feria de los viernes que funciona lunes, martes, miércoles, jueves, sábado, domingo y alguno que otro viernes.
Hasta tenemos barrios jailones en los que sus mercados tienen parqueo y sus casitas tienen jardín, perros de raza y techos duralit. Pero también tenemos barrios bien pobres, con gente que vive junto a la basura, se intoxica con humos de fábricas, vive en carpas junto al río. Pero ningún barrio, por más pobre o por más jailón que sea, se priva de festejar su aniversario con verbena, preste, misa, bendición, sahumada, entrada, pasankalla, anticucho, apthapi, fiesta, chupa, pelea, policía, amanecida, banda, chicha, y todo lo demás.

En las escuelitas, los padres de familia hacen trabajo comunal, en las oficinas, los encorbatados juegan pasanaku. Los autos, las casas y los negocios se ch’allan primero y luego se bendicen. Y en los laguitos cercanos a la ciudad, los evangélicos se bautizan, oran y lloran mientras otros lavan sus frazadas, juegan vóley y hacen parrillada.
En esta ciudad los hiphoperos tienen nombres en ingles y cantan en aymara, los rockeros tocan tarkas, los emos sonríen, los cumbieros son rockeros y los folklóricos todo lo contrario, los cholitos quieren parecer gringos y los gringos quieren parecer cholos.
Para los que quieren divertirse, tenemos hotel tres estrellas, con su discoteca con tragos a la carta y bebidas energizantes. Tenemos boliches en los que se canta hasta la media noche la caraqueña con ese corito: “nadies le pondrá, murallas a nuestra verdad”. Además están los centros culturales con radio y conciertos alternativos, teatro de cámara, api videos, chojcho discotecas con jueves de clásicos y como dice mi amigo Manuel, hasta tenemos putitas plurimultitutifruti.
Como en toda ciudad que se precie de serlo, también tenemos cogoteros, monrreros, descuidistas, lanceros, cuentistas del tío, pajpacos, pastores, hijos de puta, alcahuetes, albertos, soldados, vendecositas y rateros que si son “pillados”, inmediatamente son linchados o quemados vivos.
En esta ciudad las salteñas cuestan media luca, el chuño se mezcla con la papa frita, el filette mignon se acompaña con caldito, el asado de llama se adereza con salsa tariyaki, el buñuelo y el panetón son amigos y todo, pero todo, se acompaña con su llajwita y sus infaltables cervecitas.
Por otro lado, hasta tenemos héroes de la guerra del gas y soldaditos reservistas con más de un trauma psicológico.
Pero lo que más hay en esta ciudad son cholitas. Cholitas que trabajan de sirvientas en La Paz mientras acumulan resentimientos, cholitas catchascanistas con músculos y fans, cholitas de la “doce” con las caras tapadas, cholitas que manejan minibús, cholitas que cantan huayños peruanos, mientras todas y cada una de ellas cuidan a sus wawas, te empujan en la calle, perfuman el micro, lavan ropa, bailan en la calle, recogen al marido y mientras todas y cada una de ellas lloran y lloran; tanto que lloran, que con sus lágrimas lavan el rastro de vómito de la Ceja, en una especie de río de lágrimas tipo “Alicia en el país de las maravillas” que llega más lejos de Viacha.
En Alto Paz los atardeceres parecen de fuego, el frío nos obliga a abrazarnos y el ruido hace que nos hablemos de cerquita. En Alto Paz, las aceras son para ofrecer productos y para vender comida, por eso caminamos por el medio de la calle. En Alto Paz las plazas tienen rejas, así que hay que conformarse con mirarlas de lejitos, enamorar en otros lugares y tratar de sentir aunque sea un poquito el aroma de sus retamas y kiswaras.
En esta mi ciudad, la gente habla en aymarañol, se viaja al campo muy seguido, se ofrecen mesitas en agosto y se compran regalos en navidad, se almuerza caldito nomas, se orina en las paredes y detrás de los autos, se pepean las chelas, se toma raticida, se fuma base, se toma licuado de rana, se canta el himno nashonal y se marcha en honor a Tupak Katari, se toca pinkillo en todos santos, moseño en carnaval y se pijchea toditito el año, en fin, se vive y se muere pues…
Así es esta ciudad, a veces madre, a veces bruja, a veces amante, a veces puta. Pero siempre está dispuesta a acunarte en su pecho, a consolarte, a abrazarte...
Así es mi ciudad, mi Alto Paz, con esa rebeldía, con esas contradicciones y esos encuentros, con esos colores, sabores y olores. Con esa diversidad desbordante, con esa urbanidad-ruralidad mezcladas y fusionadas en un abrazo. El abrazo de la diversidad.
Por eso me tomo un kaj por mi Alto Paz, por nuestra diversidad y por ese abrazo campociudad.