viernes, enero 11, 2008

EL LOCO

El loco, continua su recorrido por las calles, arrastrando sus ropas, su basura, su olor, su alma.
Fascinado por la ciudad que lo había embrujado, la misma ciudad que lo había parido y que lo había amado, a la que el loco se rendía y de la cual soportaba todo. La ciudad que lo había esclavizado a su seno y lo había condenado a vivir en el torrente de sus calles como venas, a recorrerlas de principio a fin, sin parar, a dormir acurrucado en una de sus infinitas graderías o en los arbustos del río o en la puerta de algún bar. A soportar frio, lluvia, granizo, patadas de policías, insultos de borrachos, burlas de niñitos bien, empujones, escupitajos y alguna que otra caricia de hombres maquillados pasados de tragos y de polvo de coca. Lo había condenado a comer basura, frutas podridas o solo sus cáscaras, a roer huesos de pollo, a rebuscar pedazos de carne entre sobras, a comer una pieza de pan duro de vez en cuando y a relamer envases de helado…
En fin, al loco no le importa nada, se detiene, sonríe, busca algo que ya no recuerda, habla con alguien que ya no esta y acepta su destino. Se limpia la saliva remanente de la boca con el pelo largo, tieso, duro de mugre y grasa mientras se orina en los pantalones roídos, rotos, parchados, cosidos, enmohecidos, ensangrentados, congelados, derretidos, colados unos con los otros.
Entonces vuelve a sonreír y a repetir frases inentendibles, toma su basura, sus bolsas, sus cartones y continua su recorrido condenatorio por las calles, desprendiendo ese olor que cada parte de su cuerpo semi podrido emana distintamente, pero al mezclarse prodce un aroma tan fuerte y penetrante que fácilmente confunde a quién lo siente y se mimetiza y se transforma. Es un olor como a río, a soldado, a ceviche, a monja, a jailón, a ropa sucia, a minibús, a arroz quemado, a pasankalla, a pañal, a cerveza, a chicharrón, a frenos quemados, a vaca, a sangre, a leche, a vómito, a perro mojado, a clefa, a lápiz labial, a masa de pan, a manta de chola, a baño público, a ajo, a humo, a q’owa, a incienso, a media nylon…
Tal ves esa era la razón por la que toda la gente que pasa cerca de él, haga una cara de asco pero a la vez aspire profundamente y mire de reojo y trate de escuchar sus balbuceos, dando de esta forma una especie de éxtasis a sus morbosos sentidos.
Pero el loco no los mira, no los huele, no los escucha. Sigue su camino mientras se hurga la nariz y se rasca el poto y vuelve a buscar aquello que ya no recuerda y de pronto llora por nada o ríe por todo…condenado, embrujado, agarrado por esta ciudad tan extraña, tan poderosa, tan madre, tan bruja, tan puta, a la cual pertenece como un esclavo, hasta su muerte en una de sus venas como calles o en una de sus calles como venas…